lunes, 18 de julio de 2016

Salir de bucle.

El 19 de julio se constituyen las Cortes Generales. Los resultados electorales siguen marcando la inercia marcada tras el 20D: fractura partidaria. Y hablo de fractura partidaria porque, a la vista de la lectura de los resultados, los partidos siguen enrocados en sus posiciones sin entender que quizá el mensaje ha sido el de pluralidad como entendimiento y no como enfrentamiento.

El ganador en votos y representantes ha sido el PP, pero ésto, en un sistema parlamentario no garantiza el derecho a gobernar (quizá en un sistema presidencialista si, con “cohabitación” incluida, claro). Los “perdedores” hipotéticamente tendrían en su mano concretar el discurso mantenido en dos campañas electorales: cambio. Y esa hipótesis se concretaría en un programa de gobierno trasversal que abordase los problemas sustanciales ( el pp basa su “oferta” en conceptos tan insustanciales como, por ejemplo, la unidad de España, la posición ante el terrorismo...etc, en la que, sustancialmente, todos están de acuerdo, sin entrar en las cuestiones de fondo que han provocado tanto sufrimiento), tanto en el terreno económico, como en el funcionamiento de las instituciones. Un acuerdo sobre regeneración del tejido productivo, recuperación de derechos, educación, sanidad y derechos sociales ( como pilar irrenunciable e inamovible del estado de bienestar que todos dicen defender), reforma del sistema electoral (para evitar que pueda suceder lo que ocurrió tras el 20D y sigue sucediendo tras el 26J), etc.

Reclamar el “derecho” de gobernar, “exigiendo” a otros lo que, en otros casos no ha puesto en práctica el partido que sustenta al gobierno provisional es una paradoja en nuestra democracia parlamentaria que debe ser explicado más allá de los argumentos emocionales.

Lo que no soportaría tampoco nuestro sufrido país, es un pacto de circunstancias revestido de cambio pero que finalmente se convierta en un mero reparto del poder. Y, como ejemplo, podríamos poner el caso de nuestro municipio, donde un acuerdo de investidura se ha convertido, a la vista de la incapacidad de los representantes de negociar acuerdos de mínimos; de la incapacidad de involucrar a la ciudadanía más allá de intentos emotivos de construir relatos irreales, en una institución difícilmente gestionable. Disponer de un proyecto, aunque su concreción sea difícil, permite gestionar el día a día con perspectiva, pero carecer de el, lo que propicia es la improvisación, aunque ésta se intente justificar presentando únicamente“relaciones” de actuaciones condicionadas por lo que antes se hizo y se sigue haciendo pese a los tintes ideológicos o personales.


Las urnas han exigido a sus representantes que el dialogo se convierta en paradigma y sustituya en gran parte a la extrategia de reproducción que los partidos han desarrollado y desarrollan: los “viejos” y los “nuevos”. Y para ello es necesario, en mi opinión, un esfuerzo de entendimiento: entendimiento entre representantes sobre asuntos de interés colectivo, y entendimiento de los argumentos del otro sin menosprecios ni etiquetados retóricos que unicamente inciden en una polarización irreconciliable.  

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