El 19 de julio se
constituyen las Cortes Generales. Los resultados electorales siguen
marcando la inercia marcada tras el 20D: fractura partidaria. Y hablo
de fractura partidaria porque, a la vista de la lectura de los
resultados, los partidos siguen enrocados en sus posiciones sin
entender que quizá el mensaje ha sido el de pluralidad como
entendimiento y no como enfrentamiento.
El ganador en votos y
representantes ha sido el PP, pero ésto, en un sistema parlamentario
no garantiza el derecho a gobernar (quizá en un sistema
presidencialista si, con “cohabitación” incluida, claro). Los
“perdedores” hipotéticamente tendrían en su mano concretar el
discurso mantenido en dos campañas electorales: cambio. Y esa
hipótesis se concretaría en un programa de gobierno trasversal que
abordase los problemas sustanciales ( el pp basa su “oferta” en
conceptos tan insustanciales como, por ejemplo, la unidad de España,
la posición ante el terrorismo...etc, en la que, sustancialmente,
todos están de acuerdo, sin entrar en las cuestiones de fondo que
han provocado tanto sufrimiento), tanto en el terreno económico,
como en el funcionamiento de las instituciones. Un acuerdo sobre
regeneración del tejido productivo, recuperación de derechos,
educación, sanidad y derechos sociales ( como pilar irrenunciable e
inamovible del estado de bienestar que todos dicen defender), reforma
del sistema electoral (para evitar que pueda suceder lo que ocurrió
tras el 20D y sigue sucediendo tras el 26J), etc.
Reclamar el “derecho”
de gobernar, “exigiendo” a otros lo que, en otros casos no ha
puesto en práctica el partido que sustenta al gobierno provisional
es una paradoja en nuestra democracia parlamentaria que debe ser
explicado más allá de los argumentos emocionales.
Lo que no soportaría
tampoco nuestro sufrido país, es un pacto de circunstancias
revestido de cambio pero que finalmente se convierta en un mero
reparto del poder. Y, como ejemplo, podríamos poner el caso de
nuestro municipio, donde un acuerdo de investidura se ha convertido,
a la vista de la incapacidad de los representantes de negociar
acuerdos de mínimos; de la incapacidad de involucrar a la ciudadanía
más allá de intentos emotivos de construir relatos irreales, en una
institución difícilmente gestionable. Disponer de un proyecto,
aunque su concreción sea difícil, permite gestionar el día a día
con perspectiva, pero carecer de el, lo que propicia es la
improvisación, aunque ésta se intente justificar presentando
únicamente“relaciones” de actuaciones condicionadas por lo que
antes se hizo y se sigue haciendo pese a los tintes ideológicos o
personales.
Las urnas han exigido a
sus representantes que el dialogo se convierta en paradigma y
sustituya en gran parte a la extrategia de reproducción que los
partidos han desarrollado y desarrollan: los “viejos” y los
“nuevos”. Y para ello es necesario, en mi opinión, un esfuerzo
de entendimiento: entendimiento entre representantes sobre asuntos de
interés colectivo, y entendimiento de los argumentos del otro sin
menosprecios ni etiquetados retóricos que unicamente inciden en una
polarización irreconciliable.
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