Pese a lo tabernario de la expresión que encabeza esta
opinión, no pretendo juzgar opiniones, sino opinar sobre juicios. Y es que en
política estamos acostumbrados a que la ley se convierta en demasiadas
ocasiones en una goma que, de tanto estirar y encoger se está quedando fláccida.
El Sr. Diputado Pablo Manuel Iglesias ha utilizado la
susodicha frase para exponer con más o menos acierto discursivo, un hecho en el
que sí tiene razón: al Sr. Presidente del gobierno, se la sudan los informes de
los letrados de la cámara. Pero no solo eso, sino que se la refanfinflan los equilibrios
parlamentarios y la nueva lógica del acuerdo impuesta por la ciudadanía a
través de las urnas. Evidentemente, la legitimidad de origen para hacer o no
determinadas cosas no puede vulnerar la legalidad, guste ésta o no. Cuando
entramos en el juicio personal sobre un determinado apartado de la ley, o sobre
una sentencia desfavorable o sobre las limitaciones que nos impone la legalidad
vigente, estamos pisando un terreno que, marcado por la subjetividad, cuestiona
al mismo estado de derecho. Y para modificar las leyes hay mecanismos
democráticos.
Por otro lado estamos acostumbrados a que ética y estética
sean solo palabras que no se concretan en actitudes. Para la cultura Helena
ambos términos formaban parte de una misma cosa, eran indisociables. Para
Aristóteles la concepción de la virtud vinculada a lo bueno y lo bello resumían
la unidad de ambos términos. A su juicio, las personas virtuosas eran las que,
conociendo las normas establecidas socialmente, no solo procura adecuar su actuación
a éstas, sino que abraza ese modo de vivir porque además de bueno, lo encuentra
bello. Y, ¿Qué tiene que ver la belleza?. No tendría que ser necesaria una
aclaración, pero la haré: las formas, la coherencia con lo dicho o, en la
sociedad de la emergencia democrática en la que vivimos, la virtud de cumplir
con una serie de preceptos y compromisos de ejemplaridad.
Desde la racionalidad
instrumental, lo ético es simplemente lo que nos conviene para conseguir un fin
determinado. Cuando se practica el subjetivismo ético, se está apelando a un
interés en justificar algo, pero la contradicción se da cuando en algún
momento, y de forma genérica, ese mismo algo se había criticado e incluso
detestado de forma vehemente.
Como decía no quiero juzgar si el Concejal del Ayuntamiento
de El Campello señalado como tránsfuga por un informe de la Secretaría
municipal lo es o no. Seguramente el letrado municipal habrá analizado la
situación, la información aportada y habrá basado sus conclusiones en conceptos
legales. Lo que me llama poderosamente la atención es que, existiendo éste
informe, se minusvalore de forma subjetiva por el Alcalde, aplicando aquí esa
subjetividad ética en función, no de lo que pueda decir la ley, sino de su
opinión y su necesidad institucional. Y aquí, se ha situado al altísimo nivel
del Sr. Presidente del Gobierno, que pese a la hipotética distancia ideológica
que les pueda separar, les une una actitud.
Ya que el Sr. Diputado Pablo Manuel Iglesias ha sacado de la
calle y ha llevado el lenguaje coloquial al discurso parlamentario (cuestión
que tampoco valoro ni juzgo), creo que debemos adaptarla a la política local a
través de una palabra que no tiene traducción clara: menfotisme.
Y ese “menfotismo” es el que se aplica cuando en un informe
un funcionario municipal dice una cosa pero se hace otra; y llegados al colmo
del “menfotisme” , cuando incluso un funcionario municipal dice una cosa pero él
mismo hace otra con la aquiescencia de quien tiene la responsabilidad de
aplicar la ley, o al menos velar por su cumplimiento, como en el caso que nos
ocupa, más como excusa que como argumento.
Y termino con una pregunta: ¿Puede un ciudadano normal, un
vecino cualquier cuestionar abiertamente la ley, y no solo eso, sin que esto tenga consecuencias?