Lo
habitual en los artículos de opinión, es abordar ese asunto que
centra o pretende, por interés, oportunidad o necesidad, el debate
político local. No me evado, como opinador impenitente, de abordar
desde una perspectiva opinativa los asuntos locales, pero en más de
una ocasión intento, a través de los textos de opinión que publico
en mi blog ( lahojarojadelcampello.blogspot.com) o que amablemente me
publica Radio El Campello o el periódico La Illeta del grupo
Costacomunicación, plantear cuestiones de fondo que considero
interesantes para superar el legítimo análisis subjetivo que supone
la opinión pública discursiva sobre los asuntos que puntualmente
van surgiendo en torno a la actividad municipal. En ésta ocasión he
decidido centrarme sobre el concepto de responsabilidad como
exigencia referida a la acción política respecto por parte de la
ciudadanía como electores.
En los últimos
tiempos, no solo en el ámbito local ( también en el autonómico y
en el estatal) se ha producido un cambio. No tengo muy claro que sea
una variación intemporal de los equilibrios electorales . Fruto de
las consecuencias provocadas por la cruel crisis económica, emergió
un movimiento que ponía cara a la insatisfacción con el sistema
político. Al grito de "no nos representan", se movilizaron
miles de personas que exigían más y mejor política; más y mejor
democracia definitivamente. Nuestro sistema democrático se vio
sacudido por un cambio de paradigma que, como decía, no podría
afirmarse con rotundidad que suponga una enmienda al sistema
electoral, aunque de facto si lo ha cambiado: hemos pasado de un
sistema mayoritario y bipartidista a uno de consenso ( en los
términos que definió Lipjart los modelos de democracia: mayoritaria
y consensual). Y ésto ha traído consigo un cuestionamiento quizá
menos evidente o explícito que sobre el de la representatividad (
que requeriria un texto específico) pero no menos importante: la
rendición de cuentas, la asignación de responsabilidad sobre las
políticas o sus efectos.
La democracia
representativa, entre otras cuestiones tiene como fundamento la
rendición de cuentas. Desde esta perspectiva se presentan las
elecciones periódicas como el instrumento del que dispone la
ciudadanía para exigir responsabilidades a los gobiernos sobre sus
políticas, cumplimientos, incumplimientos, etc. Existen dos
perspectivas que analizan qué juzga la ciudadanía: si las políticas
o los efectos. Pero para juzgar cualquiera de los dos conceptos es
preciso analizar la forma del gobierno, pues de lo contrario el
objetivo de la asignación de responsabilidades, positivas y
negativas, con su premio y su castigo, será muy difícil.
Igualmente, la variable referente a los factores exogenos a la propia
acción política debe valorarse, sobre todo respecto a las
estrategias justificativas, un terreno en el que vemos como en
demasiadas ocasiones los políticos intentan construir relatos y
estrategias discursivas con el objetivo de evitar la rendición de
cuentas. Pero, no está tan claro que juzgar políticas sea sinónimo
de asignar responsabilidades.
Respecto a la
forma de los gobiernos, podríamos considerar que es más fácil para
asignar responsabilidades es un gobierno mayoritario monocolor, pues
al centrar la totalidad de recursos en un único actor, podría
parecer más sencillo. En gobiernos minoritarios de coalición, la
asignación puede diluirse al ser diferentes actores los que se
reparten los recursos . En éste último caso parecería que la única
manera es la asignación de responsabilidades de forma colectiva,
premiando o castigando a la coalición como si fuese un único actor.
Pero, ¿realmente es así?. Factores como las estrategias
comunicativa, el nivel de cumplimiento de los acuerdos comunes ( en
caso de existir) e incluso el nivel de lealtad entre los coaligados (
el no poner en tela de juicio las decisiones ni denunciar las
acciones u omisiones de otro socio), pueden definir un escenario
donde, desde la dificultad, sí puedan asignarse responsabilidades.
Pero, la
asignación de responsabilidades en un gobierno de coalición tiene
su aspecto negativo: llegado el período electoral, ¿cuales van a
ser los argumentos políticos de los diferentes actores para buscar
el premio y evitar el castigo de los electores?. Aquí es donde entra
otra cuestión troncal de la democracia: la representatividad, que al
igual que la responsabilidad, se diluye en un discurso de lo
colectivo donde los objetivos no declarados pero claramente
explícitos se relacionan con el papel que cada uno de los actores
persigue o desea. Podríamos utilizar la metáfora de la mesa: si ser
tablero o ser simplemente una de las patas.
En el próximo
texto, la representatividad, una cuestión que parece querer
solaparse pero que es una de las esencias del sistema democrático y
a través de la que se puede igualmente exigir un cierto nivel de
responsabilidad sobre diferentes aspectos.
Para
finalizar, mi opinión, siendo positiva sobre la pluralidad como
reflejo consustancial de la sociedad, considero que una preservación
mínima de la representatividad sería deseable para no vaciar
nuestro sistema de contenido.
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