miércoles, 6 de junio de 2018

La teoría de juegos y el Presupuesto municipal.


La teoría de juegos es, simplificando, la aplicación de modelos matemáticos al comportamiento de un determinado número de actores. Se le denomina “juego” al tener en cuenta las decisiones estratégicas de cada cual, donde el resultado de la interacción depende de los demás participantes, todo ello desde un enfoque absolutamente racional.
Existen diferentes “juegos”. De dos actores e incluso de un indeterminado número, de información perfecta ( donde se conocen las acciones previas, como el ajedrez) o imperfecta ( donde se desconocen las estrategias de los otros, como el mus). Sobre los resultados, tenemos el juego de suma cero ( lo que gana uno es lo que pierde el otro), de no cero ( lo que gana uno no siempre implica la perdida del otro) y los cooperativos ( existe comunicación y negociación, como por ejemplo los acuerdos políticos). Uno de los “juegos” más conocidos es el Dilema del Prisionero, donde dos presos deben decidir si delatar al otro en función de unas consecuencias sabidas a las posibles alternativas de decisión. ¿Podríamos, en un ejercicio de puro entretenimiento, aplicar la Teoría de Juegos al debate político municipal?. Desde una perspectiva teórica, si, pero la política, afortunadamente ( o no) está atravesada por factores que no son únicamente racionales: sentimientos, emociones, valores, ambiciones, etc. por lo que sería una empresa imposible. Pero desde una actitud lúdica podría ser una herramienta para aproximarnos al entendimiento de las actitudes de unos y otros.
En el escenario tenemos siete actores políticos. La situación es, aprobar el presupuesto o no, con las consecuencias políticas que podría acarrear para cada uno de ellos en función de una decisión u otra.
El primer actor, es el gobierno de coalición. Si su propuesta se aprueba, ¿qué beneficios obtendría?. Evidentemente hay beneficios colectivos, pues algunos gastos necesarios tendrían un soporte sólido y no dependerían de modificaciones de crédito que deberían aprobar en el pleno municipal con el apoyo de otros. También hay beneficios individuales como gobierno, pues su posición se vería reforzada de una forma clara en el último tramo de la legislatura. ¿Habrían beneficios individuales para los diferentes componentes del gobierno de coalición?. La respuesta a ésta cuestión es más complicada.
Para la oposición los beneficios y perjuicios son variables en función del papel que cada uno ha jugado a lo largo de la legislatura. No serían los mismos beneficios o perjuicios para Esquerra Unida, que apoyo la investidura y, por ende, la composición del actual gobierno en minoría, que para Ciudadanos o para el Partido Popular. Los beneficios o perjuicios para el Partido Popular y para Ciudadanos podrían calcularse, pero solo de forma hipotética y simbólica, pues debemos esperar a las elecciones para ver si el acto de apoyo o rechazo ha sido valorado de forma negativa o positiva por los electores. No obstante, la aprobación podría ser tácita o explícita: votar sí, abstenerse para propiciar una mayoría simple o incluso prestar tácticamente algún apoyo como ya hicieron en determinados momentos, en juego, este si, de suma cero: lo que arriesgo se compensa con lo que gano: ¿prestigio por responsabilidad institucional pese a apoyar al adversario al que se calificó incluso como “pacto de perdedores”?, ¿ser acusados de oposición obstruccionista y negativa?
Los costes y beneficios inmediatos de una decisión en política ( y cuando digo política, me refiero al ámbito partidario y no a la acción política en la institución) se miden por un cierto capital simbólico (anticipado en forma de tendencias a través de sondeos, pero no en nuestro caso, pues oficialmente no existen), en el que podría influir el debate presupuestario como casi penúltimo acto de la legislatura. Podría quedar en el recuerdo de los electores, tanto como un acto de responsabilidad, como un acto de seguidismo, de colaboracionismo, obstruccionismo, etc. en función del juicio o preferencias de cada cual. El resultado de ese cálculo no lo tendríamos hasta que la opinión pública no volviese a agregarse en las urnas, decidiendo responsabilidades, en positivo o en negativo, hacia los diferentes partidos que se presenten, por lo que únicamente podríamos especular en función, o del estatus de los actores en la institución, o las tendencias demoscópicas generales, que no locales.
La estrategia de cada actor dependerá de las expectativas que se hayan formado ( personalmente, no se en función de que dato o argumento, que no sea el puro subjetivismo) para ese horizonte electoral. Es cierto que existe una exigencia institucional, pero ésta no es menor que hace uno o dos años, teniendo como referencia la “urgencia” en la aprobación de éste presupuesto, en mi opinión, únicamente ese capital simbólico del que están necesitados para volver a pedir el apoyo ciudadano.
Se podría incluso proponer (yo lo plantee como hipótesis), que el presupuesto se decidiese por racionalidad pura: asignar un porcentaje a cada partido en función de su representación y, en función de ésto, que cada partido decidiese sus prioridades presupuestarias, dándoles cabida en el documento final. Pero esto no es posible, pues como decía al inicio, la política no tiene como componente dominante la racionalidad, sino otros factores, afortunadamente, pues si la racionalidad fuese la única variable interviniente, se caería en un maquinismo que mataría definitivamente la democracia como forma de resolución acordada de los conflictos de una sociedad tan compleja como es en la que vivimos.

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