Asistimos, en tono a la muerte del ex
Presidente del Gobierno, Adolfo Suárez, a la exaltación extrema de su persona
como un elemento clave en el desarrollo de la democracia, tal y como la
conocemos hasta nuestros días. La exaltación por parte de todos los dirigentes
políticos que compartieron coyuntura (pero también de los muchos subalternos
autonómicos, provinciales y locales) y que se unen a la loa institucional ( en
mi opinión, porque protocolariamente queda bien y sale en los medios) indica,
cuan selectiva e interesada es la memoria.
No voy a entrar en valorar la figura del ex
Presidente (aunque, por otra parte, simplemente decir que, en mi opinión, su mérito
principal fue el sentido común, al ver que el deterioro de la dictadura
franquista que él representaba era inviable en un entorno de democracias liberales,
optando por seguir el camino lógico de transformar el régimen, adaptándolo a
los nuevos tiempos y así asegurar la supervivencia de determinadas
instituciones a “costa” de la concesión de determinadas libertades formales),
pero si me gustaría opinar sobre el acto de homenaje (minutos de silencio,
banderas a media asta, etc) que en el ámbito local se desarrollaron.
Entiendo que las manifestaciones de condolencia
forman parte de la parafernalia institucional, pero no termino de entender
porqué, en nuestro pueblo, se valora con tanta frivolidad nuestra propia
historia; en concreto a nuestros propios convecinos. Y concreto. Entre nosotros
ha habido personas de un valor social, cultural y humano de altísimo nivel. Personas
que, enfrentándose al mismo régimen que representaba el Sr. Suárez, dieron los
mejores años de su vida por una idea: la libertad. Y concreto más. El caso de
un mi amigo y admirado Ramón Planelles podría ser una de esas personas que,
pese a haber dado veinte años de su vida por sus ideas, pasó desapercibido al
no tener ambiciones ni haber querido entrar en el juego político. Un hombre que
hubiera merecido (y merece) un reconocimiento por parte de sus vecinos y por
parte de la institución municipal. Por contra, ha sido olvidado, siendo
recordado solo por su familia y los que le conocimos.
Un pueblo que tiene una plaza dedicada al
Pontífice más reaccionario que ha conocido el mundo católico, se permite
olvidar el patrimonio que supusieron ( y suponen) los hombres y mujeres que
lucharon por la libertad, pagando con los mejores años de su vida la lucha por
unas ideas ( la libertad y el socialismo). Se me ocurren otros: Arnaldo,
Alejandrina, Patiño, Bayón, Villa, y tanto otros que han compartido anónimamente
su vida entre nosotros sin que hiciéramos el esfuerzo de conocerles para así
valorar su sacrificio.
Creo que los homenajes institucionales están de
más cuando un pueblo olvida a los hombres y mujeres con los que convivió y a
los que les debe, como mínimo, un recuerdo.
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