martes, 18 de marzo de 2014

LA NECESIDAD DE LOS SINDICATOS.

La crítica social no se limita a cuestionar el papel de los partidos denominados “tradicionales” ( yo diría, que en el caso de la izquierda, en todo caso, sería históricos, dejando para la derecha el papel de “lo tradicional); los sindicatos son otros de los problemas del entramado político-institucional que, de una manera u otra, sustenta un sistema cada día más en un brete.

El sindicalismo español, desde una perspectiva histórica, se significó por su alta ideologización y, por consiguiente, una estrategia obrerista beligerante. La CNT y la UGT jugaron un papel fundamental en la organización de las milicias obreras a lo largo de los años de los años en los que hubo que resistir a la involución armada de los golpistas que, finalmente, lograron casi exterminar al movimiento obrero organizado. No obstante, UGT, y posteriormente CCOO lograron “incrustarse” en la estructura sindical vertical del franquismo, jugando un papel muy importante en la movilización obrera y ciudadana de los últimos años de la dictadura. Aquel papel de aglutinante social, con un carácter ideológico marcadamente de clase, convirtió a las centrales sindicales en un importante parapeto contra los neofranquistas y las estructuras heredadas del régimen dictatorial. Pero, la transición “integró” a las organizaciones sindicales ( no solo textualmente en la Constitución) en el nuevo entramado institucional, “promocionando” en ellas un interés por la “institucionalización personal” de sus dirigentes y creando una dependencia de las estructuras del poder que con el paso del tiempo se ha mostrado como una verdadera enfermedad para el sindicalismo.

De la militancia consciente que se dio en los primeros años de legalidad en los sindicatos mayoritarios, se pasó a una militancia que yo definiría de “servicios” ( conseguir servicios de asesoramiento y protección legal fundamentalmente, así como cursos, ventajas comerciales, seguros y planes de pensiones, y otras cosas relacionadas más bien poco con el sindicalismo). De una actividad beligerante, se pasó a asumir el nuevo paradigma del sindicalismo “moderno”: la negociación. Pero no una negociación basada en un equilibrio de fuerzas, sino en un mero juego institucional donde la parte empresarial conseguiría, casi siempre, los mejores trozos del pastel en liza, quedando para los trabajadores “los restos”, o lo que es lo mismo trasladándolo a la realidad más cruel de nuestros días: la sumisión (en función de una premisa que se ha instalado en la sociedad a base de concesiones: “más vale poco que nada”. Ese espíritu del “logro resignado”, junto a la profunda “profesionalización” del sindicalismo mayoritaria, nos ha situado ( y hablo en primera persona por ser y creerme miembro de un sindicato de clase) frente a la peor situación que una organización obrera pudiera enfrentar: el descrédito frente a su propia clase.

El trabajo sindical pasó de la defensa de los colectivo a la lucha por los derechos sectoriales, del compromiso ideológico y efectivo, a la gestión de la miseria. El número de afiliaciones creció, pero el decrecimiento de la “militancia” fue y ha sido de tal magnitud que, ante la mirada de los y las trabajadores y trabajadoras, ya no “nos representan”.

Es una realidad constatable que, junto a la perdida consentida e incentivada de la conciencia de clase ( como concepto de pertenencia, a un todo colectivo) fruto , en gran parte de la una transición política “planificada ex profeso, pone en una encrucijada a los sindicatos: o seguir siendo o no ser.

El seguir siendo una pieza más del engranaje del entramado institucional de nada va a servir a los trabajadores y trabajadoras que ven como sus condiciones de vida y, por ende sus derechos sociales (vitales) son cada día más precarios. Seguir manteniendo una superestructura cada día más ajena a la realidad social y laboral, de nada va a servirnos pese al simbolismo que todavía siguen manteniendo y los gestos que siguen realizando, más de cara a la imagen que a al objetivo de recuperar el papel de instrumento de lucha.

El no ser, parece que no se baraja. Y no se hace, simplemente porque, al igual que ocurre a la clase política, el equilibrio de intereses no lo permitirá. Todo esto, sumado a la “desindicación” de la clase trabajadora, nos deja más desamparados que nunca, pero ahora, sin armas con la que luchar: las contradicciones entre la “jerga” discursiva y la practica cada día son más claras y ahondan en una brecha que cada día se hace más profunda.

En mi opinión, la solución ( al igual que en el ámbito político), la tenemos los trabajadores y trabajadoras: la toma masiva de las organizaciones y la movilización interna. No nos va a servir de nada apelar a la responsabilidad de las actuales estructuras burocratico-sindicales pues, a parte de lo que antes mencionaba ( jerga discursiva y gestos simbólicos) la defensa de un status preferente parece que seguirá siendo la trinchera de resistencia de los y las dirigentes. Es por ello que la afiliación masiva, la supresión de determinados estatus administrativos, la independencia y autonomía económica progresiva ( más militancia, menos burocracia), el establecimiento de estructuras transversales que nos devuelvan al concepto de lucha general por lo colectivo y la implicación directa a través de movimientos vecinales, locales, etc, parece ser el único camino posible para recuperar las únicas herramientas que nos quedan a los trabajadores y trabajadoras para defendernos del capitalismo envalentonado.

Al sindicalismo en nuestro país, le ha ocurrido lo mismo que le ocurrió al sindicalismo en los países nordicos (políticamente también ha ocurrido algo similar). La paz social impuesta por la derecha en esos países, todavía no ha sido visualizada por los sindicatos obreros ( ni por los partidos socialdemócratas que han girado, como toda la socialdemocracia, hacia el social liberalismo) como la trampa que era: paz social, pero solo para una parte. Al igual que los sindicatos nordicos, las movilizaciones (multitudinarias) casi simbólicas han sirvieron para provocar la presión necesaria en el gobierno de derechas para que rectifique sus políticas. La inexistencia de una movilización más beligerante aunque de tamaño menor ( en el ámbito local, interprofesional, etc) hace que las necesarias movilizaciones queden en algo casi curricular, al menos para los sindicatos ( que parecen justificar su propia existencia con cifras de “movilizantes”).

No se vislumbra en el horizonte una reacción más allá de la protesta testimonial; una rebelión en toda regla que, partiendo de una reflexión y actuación interna en las organizaciones sindicales, transmita a la sociedad las propuestas y el impulso necesario para tomar de nuevo el pulso a una realidad que día a día, se nos escapa.

Evidentemente mi opción es por un sindicalismo de clase, movilizado y organizado de forma lógica y sostenible ( no en superestructuras centralizadas), que mantengan las herramientas legales (absolutamente necesarias) pero recupere la militancia como base de su funcionamiento. Mi opción es por recuperar la confianza y la complicidad de los y las trabajadores y trabajadoras a través del ejemplo, a través de las propuestas de acción, a través de la coherencia en la defensa de los intereses, más allá de coyunturas y particularidades.


Creo que es necesario recuperar una estrategia de lucha interna que supere el interés por las cuotas de poder y la sustituya por cuotas de credibilidad: es necesario que nos reorganicemos para luchar, desde dentro, por nuestro sindicato: la única arma que nos queda y que estamos perdiendo ( si no hemos perdido ya).

No hay comentarios:

Publicar un comentario