lunes, 14 de abril de 2014

TODOS SON IGUALES.

Esa frase, convertida ya en un elemento que define a la sociedad, se dice, en mi opinión, más desde la resignación impuesta que de una reflexión crítica de la realidad en la que vivimos. Es un principio sobre el que se sustenta uno de los paradigmas de lo que muchas han definido ( y yo estoy de acuerdo) como “pijismo” político, o también como “ninismo”.
         No hace demasiado tiempo, el término “nini” se refería a ese sector de la sociedad fruto del individualismo que, ni estudiaba ni trabajaba. En el contexto actual, ya no es una cuestión de individualismo hedonista, sino de una imposición del sistema: ni estudiar ni buscar trabajo tienen resultado. Y no lo digo yo, lo dice el sondeo del CIS del mes de marzo.
         En este sondeo, el 80% de los jóvenes creen que su situación no mejorará en los próximo dos o tres años. Un 48 % estaría dispuesto a aceptar cualquier empleo y dónde fuese ( el trabajo ya no se valora por lo que da, sin por el simple hecho de tenerlo). Un 70,9% culpa a los políticos de la situación, pero paradójicamente, un porcentaje similar considera que hay que apoyar a movimientos sociales, e incluso a partidos para que promuevan cambios, pero dentro del sistema en el que vivimos ( la quiebra del sentido “revolucionario” de la juventud es otro de los “logros” del sistema. En definitiva: los jóvenes piensan que vivirán peor que sus padres. Y todo, ¿qué significa?. Pues que el grado de sometimiento que el poder ejerce sobre la sociedad está anestesiando a la sociedad y llevándola (si no está ya) hacia el conformismo como única vía posible de supervivencia. Y, ante esto, el discurso de la “necesaria” superación de la dicotomía entre derecha e izquierda, cala.
         No es un invento moderno, ya en 1960 Daniel Bell, un sociólogo conservador, en su libro “El Fin de las ideologías”, apuntaba, interesadamente hacia la necesidad de superar las “etiquetas” ( que a todos molestan, pero de las que todos presumen: Barça/Madrid, por ejemplo). En el año 1965, un insigne integrante del gobierno tecnócrata de franco (formado por un relevante porcentaje de allegados al Opus) planteaba la aseveración sobre lo prescindible e innecesarias que eran las ideologías. El “idolatrado” Francis Fukuyama, en su libro “ El fin de la historia y el último hombre”, aseveraba que la lucha ideológica había terminado, eso si; que se iniciaba el mundo del “libre mercado”.Por lo tanto, que nadie piense que el debate es actual; nada más lejos de la realidad: es, si alguna cosa tuviera que ser; cíclico (igual que el problema de las pensiones cuyo sistema ha “quebrado” desde la década de los 70, pero que “gracias” a las medidas de recorte y potenciación de lo privado, se salvará para así poder asegurar, al menos, “una miseria” a quien se jubile).
         El poder, a través de la manipulación planificada de la información, incide en el pensamiento de los individuos y éstos, en sus interacciones sociales. Evidentemente la influencia no es absolutamente visible, pero si se insertan en la mente de las personas los mensajes e ideas que, en definitiva, condicionarán sus acciones. Y una de éstas ideas es considerar superado el concepto izquierda y derecha, cuando las pruebas que vivimos (sufrimos) nos demuestran que no es así. Otra cuestión es la superación de las dinámicas partidarias y de las élites cuyas diferencias son más bien escasas. Incluso, las practicas de gobierno se diferencian por matices (fundamentalmente en lo económico y, por ende, en las condiciones de vida) casi inexistentes.
         La izquierda tiene, además de muchos otros retos, la de volver a ganar a la ciudadanía para su causa (siempre que, las élites en cualquier nivel organizativo, crea todavía en alguna causa), que en estos momentos pasa por la recuperación de los principios éticos y los valores en la actividad política, por la democracia sin peros en cualquier nivel, y por los programas basados en la solidaridad, la justicia y la igualdad como único instrumento de lograr la libertad.


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